¿Qué ha pasado? Las causas son muy variadas.
Sabemos que los salarios, por ejemplo, se han estancado. Los trabajadores occidentales ganan más o menos lo mismo hoy que hace cuarenta años. Sabemos también que el acceso a la educación superior se ha convertido en la clave para aspirar a una buena carrera profesional y a ganancias abultadas. Los obreros sin estudios, las clases bajas, ya no pueden aspirar a cuadros medios o de responsabilidad a cambio de un salario digno; tan sólo a empleos cada vez más precarios y temporales.
Este proceso ha ido penalizando a cada nueva generación respecto a la de sus padres, cristalizando en los millennial, cuya salida al mercado laboral coincidió con la Gran Recesión de 2008. España alcanzó picos del 55% de paro juvenil y aún hoy está por encima del 40%. Sus oportunidades laborales ya no pasan por puestos de larga duración en empresas estables, sino una elevadísima rotación laboral, fruto de la temporalidad y, para algunas cohortes demográficas, de la precariedad.
Las cifras de Estados Unidos son muy ilustrativas. La probabilidad de que un joven supere a sus padres ha ido cayendo poco a poco en todos los decimales. En 1940, los hijos del percentil más bajo (aquellas familias más pobres) tenían un 95% de probabilidades de obtener una mejor posición económica que sus padres. En 1980 ese porcentaje se había reducido al 79%. Lo mismo sucedió con el percentil medio (la clase media): si en 1940 el 93% de sus hijos podían aspirar a vivir mejor que sus progenitores, en 1980 eran sólo el 45%.
Es decir, a la altura de la Generación X, la perspectiva de la mayor parte de hijos de clase media (más numerosa que el conjunto de ricas o extremadamente pobres) era de estancamiento. Ya no podrían superar la riqueza y el estatus de sus padres. Similares cifras arroja el percentil alto: los hijos de las familias ricas tenían un 41% de mejorar las ganancias de sus progenitores en 1940; un porcentaje abultadísimo que contrasta con el 8% de 1980. Una caída abrupta a todos los niveles.
En Estados Unidos es la muerte del «sueño americano», un sueño que dejó de existir hace muchos años. La renta de tus padres es el mejor predictor de tu renta futura. En Europa el proceso se ha mimetizado, descontando su mayor asistencia social y su mayor naturaleza redistributiva, pero la conclusión para millones de jóvenes es la misma: vivirán peor que sus padres (o aspirarán como máximo a mantener su estatus; en España, heredando sus propiedades inmobiliarias). La vieja promesa del capitalismo ni siquiera ha llegado a ser una opción para ellos.